Acerca de Alfredo Palacios
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Es un día cualquiera del año 1886. Un chico de unos ocho años, alumno de la escuela Nº 4 de la ciudad de Buenos Aires, pelo corto, lacio y oscuro, raya al costado, va con un amiguito por la calle Cuyo. En sentido contrario camina Domingo Faustino Sarmiento. Cuando se cruzan, el maestro le acaricia la cabeza. El pequeño lo reconoce y, orgulloso, le dice:
-Yo soy un niño que lee.
Quién era este niño que leía? Quién fue este “hijo natural”, como se decía en otros tiempos, de los uruguayos Aurelio Palacios y Ana Ramón Beltrán? Quién es este hombre apasionado, que pese a haber tenido una vida parlamentaria de más de 60 años, haber sido diputado, convencional constituyente y senador, murió pobre a los 85 años, en la misma casona de la calle Charcas a la que se había mudado a los 15 con su madre y sus ocho hermanos?
Su nombre: Alfredo Palacios. Su obsesión: la defensa de los trabajadores, las mujeres desamparadas, los niños. La obra monumental que legó al pueblo, a la luz de la llamada “globalización”, que es la mundialización de las desigualdades sociales, y la aplicación de políticas neoliberales que sumen en una condición terrible, el desenvolvimiento de la vida de cientos de miles de familias, aprisionadas por el cepo de la pobreza y la ignorancia, cobra permanente vigencia.
Quedará para otra oportunidad la enumeración la obra escrita de Alfredo Palacios, las leyes de las que fue autor, los libros que fueron texto de estudio para generaciones de universitarios.
Ahora imaginemos por un momento esa sesión de hace cien años en la Cámara de Diputados de la Nación, en la que un joven de 25 años, del Partido Socialista, debe asumir su banca de Diputado Nacional que ha ganado por la 4º Sección Electoral de la ciudad de Buenos Aires, barrio de la Boca, de inmigrantes, absolutamente proletario; elección que hizo que el escritor Florencio Sánchez entrara corriendo a la redacción del diario La Tribuna y dijera la frase histórica: “La boca ya tiene dientes”. Palacios se niega a jurar con la fórmula usual de entonces que tiene un contenido religioso Ha pedido que se sustituya esa fórmula por una simple afirmación solemne que está dispuesto a hacer, apelando a la inconstitucionalidad de esa forma. Comienzan maniobras dilatorias, se embarulla todo. El joven diputado se mantiene seguro e impasible. Así consigue su objetivo, y se alcanza por primera vez en nuestra historia parlamentaria, el juramento laico.
Es el dos de mayo de 1904. El día anterior ha sido especialmente sangriento. Más de cuarenta mil manifestantes marcharon hacia Plaza Mazzini. Un incidente provoca una violenta represión policial, dejando como saldo 2 muertos y 24 heridos. En la sesión del 9 de mayo Palacios pide una interpelación al Ministro del Interior por este motivo. Nunca, entre esos sillones acomodados en semicírculo, que ni siquiera tenían pupitres, que eran las bancas del viejo Congreso, la situación de los trabajadores, la represión sobre ellos y sus trágicas consecuencias, habían sido tema de preocupación. Pero a partir de ahora, ellos tienen voz, y por primera vez, se trae y se debate, la cuestión obrera en el Parlamento.
La vida y obra de Alfredo Palacios va mucho más allá de las cuestiones partidarias que se suscitaron a lo largo de tantos años de vida parlamentaria y, y de los enfrentamientos políticos de muchas décadas agitadas y violentas de la vida de nuestra Nación. Por eso Palacios, que fue el primer diputado socialista de América, ha traspasado estas barreras para transformarse en legítimo representante de las más caras aspiraciones del pueblo, de las mujeres, de los trabajadores, y verdadero defensor especialmente de la niñez desamparada, a la que dedicó muchos de sus esfuerzos.
Desde su primera tesis doctoral, rechazada por supuesto por la mesa examinadora de entonces, pues se llamaba “La Miseria en la República Argentina”, escrita cuando tenía 21 años, el 31 de mayo de 1900, hasta su último proyecto legislativo, presentado en el año 1964, titulado “Creación del Instituto de Investigaciones Pediátricas”, toda esta obra está recorrida por un profundo sentido humanista, de amor a la Patria y a los hombres, mujeres y niños que la habitan.
Su máximo aporte a la política y legislación argentinas es la idea de la “Justicia social” aplicada desde los derechos de los trabajadores hasta el orden internacional, pasando por los derechos de las mujeres y los niños, el sistema de justicia, la inversión pública, los pueblos del interior del país y el ejército.
De allí nacen infinidad de proyectos, muchos convertidos en ley que durante décadas beneficiaron a los trabajadores y a las mujeres trabajadoras, garantizando sus derechos, unos pocos de los cuales todavía subsisten: ley del descanso dominical, sancionada en 1905, primera ley obrera, noventa años más tarde destruída por el menemismo; seguro obligatorio de maternidad; prohibición del despido por causa de matrimonio; ley de la Silla; inembargabilidad de sueldos, salarios, jubilaciones y pensiones, así como del lecho cotidiano, ropas, muebles e instrumentos de trabajo; derechos civiles de la mujer; ley de accidentes de trabajo; Limitación de la jornada de trabajo; descanso obligatorio en la tarde del sábado; indemnizaciones por despido; vacaciones pagas; pago de salarios en moneda nacional; jubilación de los maestros; derecho de huelga…
Su monumental obra “La Fatiga”, escrita en 1922 y reeditada casi hasta 1950, es el primer estudio científico sobre la psicofisiología del trabajo y pudo hacerse con la participación de la OIT y la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Anticipándose a los tiempos que venían dice: “La técnica se transformó de manera insospechada e hizo poderosos a los enemigos de la civilización… el capitalismo ha destruído la ética del trabajo, contrariando la naturaleza humana… Se ha llegado a la deshumanización del trabajo, al desprecio por el espíritu y la vida de los trabajadores”.
Se ha considerado esta obra como exponente de la Reforma Universitaria de 1918, de la que Palacios fue uno de sus más activos promotores; pero también debía servir a los dirigentes obreros y a los legisladores, ya que plantea claramente la cuestión social sin dogmas, destruyendo prejuicios y sin olvidar en ningún momento, que el progreso humano es el acrecentamiento de la idea de justicia.
Respecto de la niñez, su primer proyecto en su defensa fue aprobado en 1907 y reglamentaba el trabajo de mujeres y niños. Lo había elaborado sobre un informe de la Dra. Gabriela Coni, inspectora municipal encargada de supervisar las fábricas donde trabajaban niños. Como esta ley sólo tuvo vigencia en la Capital, muchas de las fábricas y talleres que empleaban niños en condiciones de insalubridad, se mudaron a la provincia de Buenos Aires. Luego vinieron los escritos y proyectos de ley sobre la enseñanza secundaria, la democratización de la enseñanza, la prohibición del trabajo infantil, para finalizar como ya lo dije, con su último proyecto parlamentario, la creación del Instituto de Investigaciones Pediátricas. Sus sueldos de profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, los había donado para la compra de libros. La dieta completa de su última diputación, fue entregada al Patronato de la Infancia.
Para finalizar y como estamos muy cerca también de otro aniversario, que es el de la Guerra de las Malvinas, quisiera mencionar que Palacios fue también el primero en llevar la cuestión de las Islas Malvinas y la soberanía argentina al Congreso, y autor del primer libro argentino sobre las islas: se llamó “Las islas Malvinas, archipiélagos argentinos” y fue publicado por primera vez en 1934. También en 1937 por su iniciativa se decreta la prohibición de imprimir mapas en los que no figuren las Islas Malvinas como pertenecientes al territorio nacional. Propició una ley por la cual se ordenaba la edición oficial en castellano de la obra de Paul Groussac “Las Islas Malvinas”. En su primer artículo, se declaraba la necesidad de que todos los habitantes de la República supieran que las islas Malvinas eran argentinas y que el gobierno de Gran Bretaña, sin título de soberanía, se había apoderado de ellas por un abuso de fuerza. En 1961, otra vez senador, expresa su protesta por la ocupación británica de las islas.
Es imposible abarcar esta vida apasionante, verdadero ejemplo para quienes dedicamos gran parte de nuestro tiempo a la política, a la que él llamó “la más noble actividad del ser humano”: fidelidad a las ideas, honestidad insobornable, austeridad republicana. Sufrió la cárcel, el exilio, el silenciamiento y la expulsión de la cátedra universitaria. Pero volvió siempre, una y otra vez, con sus obsesiones de siempre: las mujeres, los trabajadores, los niños.
Seguramente por eso es que Alfredo Palacios, el obstinado, el del poncho, bigote y chapeo, el romántico, el rebelde, el de figura juvenil y combativa, el apasionado por la unidad latinoamericana, venciendo al pasado, permanece vivo en el corazón del pueblo.